La vaca Pes fue a recoger a sus mellizos a la escuela y esperó a la sombra del almendro con otras madres.
Hoy, la nueva maestra había llevado a toda la clase de excursión a visitar unos invernaderos vecinos a la granja y se retrasaban un poco. Desde lejos, Pes reconoció la voz de su ternero Pit. Traía los brazos llenos de tierra y estaba convencido de que de mayor sería jardinero. Por otro lado, el ternero Pat no dijo nada camino a casa. Llevaba el rabo entre los morrillos y el hocico casi arrastrándose por el suelo.
Desde que era un becerrito, Pat destacaba por su inteligencia y su talento. Era precoz y sobresalía en todo lo que hacía, pero desde hacía unos meses, sus padres habían notado que había empezado a esconder su brillo. Estaba muy callado, solo tocaba el violín en lo alto del monte a solas y ocultaba todos sus escritos, dibujos e inventos.
A la mañana siguiente de la excursión, la mamá vaca encontró en la basura un dibujo de Pat. Un día, el cuervo que visitaba la granja le había dicho que los niños proyectaban su mundo interno en sus juegos y sus dibujos. Rescató el dibujo, lo alisó un poco y exclamó: "¡esto no se va a acabar aquí!".
En ese papel, aunque arrugado y manchado, se podía apreciar el dibujo de un campo de amapolas. Daba la impresión de que estaban en formación, como soldados. Todas verticales y firmes, uniformadas, alineadas y de la misma altura. Y en la parte derecha del paisaje, una tijera gigante con ojos de monstruo terrible podaba las flores que sobresalían por encima de las demás, cortándoles la cabeza.
III ¿Se puede aprender sin entusiasmo?