Hay cuentos que muestran que (aunque no siempre) tras una aparente catástrofe puede haber, cuando vemos el suceso con perspectiva temporal, algo positivo. Un ejemplo es este cuento, citado por Alejandro Jodorowsky:
En un pueblo se mueren todas las gallinas y preguntan al sabio los motivos.
Él les responde que todo es para bien.
Poco después los perros quedaron paralizados y el sabio volvió a contestar que todo era para bien.
A continuación los fuegos se apagaron, el volvió a repetir que era para bien.
Llegaron más tarde unos ladrones muy peligrosos que no tenían escrúpulos en matar. El cabecilla se detuvo y observó que las gallinas estaban muertas, los perros paralizados y no había humo en las chimeneas.
Se preguntó ¿Qué sitio es este?
Y siguieron su camino sin entrar en ese pueblo.
Todos se salvaron de ser masacrados.
Hay otro cuento, citado por Alex Rovira, que también muestra que con el paso del tiempo las lecturas que hicimos de determinados acontecimientos pueden ir cambiando.
Dice así:
Es una historia china que habla de un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea.
Un día un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la comida y la bebida deseadas. El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para impedir su salida.
La noticia corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín salvaje fuera a parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho dinero si tuviera que ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando tranquilamente su hambre y sed.
Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no entendieron…
Pero sucedió que, al dia siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos, logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para lamentar su desgracia, éste les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y volvieron a no entender…
Una semana después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que encontraría alimento y agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del anciano labrador. ¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico de la manera más inesperada. Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo de casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.
Pero al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huido al día siguiente, y llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada bajo control, no había riesgo de pérdida. Pero ese corcel no se andaba con chiquitas, y cuando el joven lo montó para dominarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.
Y es que, unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo, y siguieron su camino. Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus amigos. A lo que el longevo sabio respondió: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!».
PD: Uno de mis maestros continúa enfadándose con las generalizaciones del tipo: “todo va a salir bien”. Porque es evidente que no siempre sale todo bien ni tampoco en este planeta en el que vivimos tenemos ninguna garantía de final feliz.
Por tanto lo que sí podemos hacer es poner todo de nuestra parte y ayudar a que las cosas salgan lo mejor posible.