“No hay extraños aquí, solo amigos que aún no has conocido”.
-William Yeats-
De niños nos dan la orden de “no hablar con desconocidos”. Y en general es una buena instrucción para la infancia. Depende de lo obedientes o neuróticos que seamos, seguimos protegiéndonos más o menos del peligro de entablar conversación con extraños cuando somos adultos. Sin embargo, es una práctica que puede levantar el ánimo y hacernos más sabios.
En el campo de la psicología social se habla de “lazos fuertes”, relaciones entre personas con las que hemos establecido un vínculo de afectivo y “los lazos débiles”, contactos sociales puntuales con quienes no mantenemos una conexión especialmente íntima ni significativa.
Leí sobre una importante investigación dirigida por Gillian Sandstrom, profesora titular de psicología en la Universidad de Sussex, sobre los efectos positivos de las interacciones casuales frecuentes con extraños y conocidos. Concluye que las personas que logran entablar conversaciones con muchos extraños desarrollan mayor autoconfianza."Mientras más conversaciones se tienen, mejor te percibes a ti mismo”.
Todo el mundo tiene una historia que contar y compartirla es positivo para todos. El cerebro adora la novedad y, a veces, con un desconocido nos despojamos de nuestras etiquetas sociales, nos sentimos libres y cómodos sin necesidad de representar ningún papel en concreto.
¿Te ha pasado alguna vez que el encuentro azaroso con un desconocido te deja un mensaje significativo?
¿Como te sientes después de intercambiar unas palabras con la vecina que pasea a su perro, el dependiente de una tienda, o tu compañero de asiento en un tren?
Apuesto a que todos tenemos anécdotas de encuentros con extraños que dejan huella, aprendes algo valioso, te ayuda a tomar una decisión, o simplemente pasas un momento agradable.
¿Incluso algunos de estos encuentros terminó en amistad o en relación sentimental?