El viaje comienza en el instante que nuestra conciencia lo plantea como objetivo. No hay que despreciar la semilla del mismo ni tampoco olvidar que los frutos pueden llegar mucho tiempo después de finalizado.
Mayor planificación del viaje, incluso cuando alcanza cotas obsesivas, no significará necesariamente mejores resultados. ¿El viaje es el arte del encuentro? Conviene aceptar que desde ese punto de vista no será posible anticipar lo que vaya a suceder.
Probablemente el tamaño de la maleta sea directamente proporcional a la cantidad de miedos del viajero ¿Por qué llevar ropa para un mes si la estancia va a ser de una semana? Es un hecho contrastado que se avanza mejor ligero de equipaje.
Observar si a cinco mil kilómetros del hogar el comportamiento es exactamente el mismo que si nunca hubiera salido del mismo. ¿Para qué viajar hasta el otro extremo del planeta intentando que ninguna de las costumbres cambie lo más mínimo? Bajo esa premisa únicamente se encontrarán problemas.
Un viaje “auténtico” con bastante seguridad va a tener pocas fotografías frente a monumentos que muestren que se ha estado allí. ¿De qué servirá presumir de ello si en el fondo no hay ningún aprendizaje? La experiencia vivida tal vez sea el único tesoro y suele resultar poco comunicable.
El viaje de los viajes es el de la vida y su duración es apenas un suspiro. Entonces, ¿por qué perder el tiempo en absurdas banalidades? El único pecado, como nos recuerdan los sufís, es perder ese valioso -y escaso- tiempo que tenemos disponible.
En último término y a riesgo de equivocarnos, podría ser que la importancia de cualquier viaje quede indicada por el grado de conexión que cada uno consiga establecer consigo mismo.