Cada mañana, desde hace años, me levanto y disciplinadamente anoto todo lo que he soñado.
A veces recuerdo varios largos sueños, otras sólo una escena, un par de imágenes, o una sensación.
Otras veces, intento no enfadarme, porque por más que quiera, no recuerdo nada de nada, aún teniendo la certera sensación de que he soñado mucho. La memoria onírica es frágil, su contenido a veces explota y se vuelve irrecuperable, como una bonita pompa de jabón que desaparece de nuestros ojos para siempre.
Pero no basta con recordar y anotar los sueños. Luego hay que dialogar con ellos, dejar que se sigan expresando, e intentar comprender su extraño lenguaje encriptado y llevar el mensaje a nuestra vida en vigilia… y no siempre es cómodo. Por poner dos ejemplos, te pueden enseñar rincones del ego que no quieres ver, o esa sombra de la que tanto habló Jung, o empujarte a tomar una decisión cuando estás bloqueada.
Y me dicen, “¿vale la pena esa inversión de tiempo y esfuerzo?”
Mi respuesta es “Sí, pero depende del compromiso que tengas con tu trabajo interior”.
Como escribió Erich Fromm, "Los sueños son como un microscopio a través del cual vemos lo que ocurre en las profundidades de nuestra alma."
Anoche soñé con un conejo que me guiñó un ojo, y de sus paletas gigantes salió una frase oída ya en otros foros: “¿hasta dónde quieres entrar en la madriguera?”.