Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa…
Cómo soltar el peso de la culpabilidad.
Muchos niños de nuestra cultura judeocristiana crecen entonando el “mea culpa”, melodía que promete una recompensa final: la llave de la redención, visado para vivir en el cielo durante toooooda la eternidad. Anótese que en la mente de un niño, “cielo” es sinónimo de una suerte de paraíso de valoración y amor parterno-materno.
El sentimiento de culpa lleva al arrepentimiento, el arrepentimiento a la penitencia y la penitencia al perdón, una cadena de estados mentales, emociones y acciones que se instalan como estructura principal del guión de “niño bueno”.
Pero la culpa que inicialmente nos hace santos, lleva un fantástico bonus: la fantasía de omnipotencia. “Si yo la hubiese ayudado más, habría sufrido menos”, “si hubiese tenido más cuidado, no se hubiese caído”, etc.
🐦 Pero ya no necesitamos quizá ese paraíso de amor paternal, pero la culpa queda…
Queda porque esa fantasía de que lo podemos todo nos disocia del dolor que produce aceptar lo que irremediablemente pasa. Nos salva de rendirnos a que hay muchos sucesos que se salen de nuestro control. Pero llega a pesar demasiado…
🐦 Imagina que aquí y ahora pudieras soltar la culpabilidad, como si fuera un saco de abono al borde del camino. ¿Qué instalarías en el lugar que ocupó en tu sistema psíquico?
Puede que en el lugar de ese pesado saco de culpa, crecieran unas alas que permitan volar para tener la perspectiva necesaria para discernir: lo que está bajo mi control y lo que no, lo que tiene remedio y lo que no, lo que es mío y lo que es del otro.
🐦 … pues vuela, ¡vuela!