Alejandro Jodorowsky utilizando la siguiente fábula explica los caminos del trabajo espiritual:
Dentro del patio de un castillo, sin puertas ni ventanas, con altos muros, había dos caballos encerrados. Cada cual pateó una muralla distinta tratando de derribarla para escapar. Uno de ellos se cansó. «Los muros son muy gruesos. Nunca podré echarlos abajo. Mejor me tiendo en el suelo a dormir». Así lo hizo… El otro caballo siguió pateando. Durante mucho tiempo no logró nada. Pero un día, cuando menos se lo esperaba, el muro cayó y él pudo ver un hermoso paisaje que le ofrecía su hierba verde… El primer equino, al verlo galopando libre y feliz, trató de seguirlo, pero una invisible barrera no le permitió escapar. Desde lo alto de los muros le llegó una voz: «¡Cada caballo tiene que labrar su propia salida!»… El animal comprendió la lección y comenzó a patear su muro, día y noche, sin cejar, hasta que la pared se derrumbó y obtuvo su libertad.
Así es el trabajo espiritual. A veces nos desesperamos en el aprendizaje; vemos la magnitud del trabajo de escaparnos de los límites que nos han impuesto la familia, la sociedad y la cultura y la liberación nos parece tan inalcanzable que cesamos nuestros esfuerzos y nos decidimos a vivir para siempre en el nivel de conciencia que estamos, sin progresar ya más. Sin embargo, si hubiéramos persistido, de pronto todos los esfuerzos habrían obrado en un segundo y nuestros límites mentales hubieran caído como los muros de esos caballos. El esfuerzo se acumula. Hay que tratar y tratar sin preocuparse de «cuanto» se progresa. Cuando se rasga un velo, la luz entra de golpe. En la vía espiritual hay largos periodos en que el trabajo parece no dar frutos, pero es en la oscuridad donde la semilla germina… Las leyes del trabajo espiritual pueden aplicarse a la vida práctica. Nos parece que los problemas del mundo actual son insuperables y anhelamos echarnos a dormir hasta que venga la hecatombe. Sin embargo, si insistimos, paso a paso, en la tarea, esos esfuerzos se irán acumulando hasta que las barreras económicas e ideológicas que nos esclavizan impidiendo el desarrollo de nuestra conciencia, debilitadas se derrumben. Eso sí, no podemos seguir derroteros que no son los nuestros. Cada sociedad tiene que encontrar su propio camino. Nadie hará el trabajo por nosotros.
Según Alejandro, el último don que tú das es tu conciencia. Cuando lleguemos a la muerte, lo mejor que podemos ofrecer es una perfecta y luminosa conciencia, una conciencia clara que hay que saber crear, porque si no, como decía Gurdjieff, mueres como un perro, sin ofrendar la conciencia ni construir un alma. Y el proceso lo describe así: “Cuando empiezas poco a poco a desprenderte de tu identidad, a ser un humano genérico, dejas de verte en una edad determinada. Luego dejas de identificarte con el tiempo en general. Después ya no te reconoces originario de una patria o hablante de una lengua determinada. No te ves en tu nombre, no te confundes con las cosas que posees, vas cesando en la identificación. Te agarras a lo que eres. A la alegría de la vida. Eres cada vez más feliz y no necesitas el traje rígido del carácter o de la personalidad. Te haces fluido, como el agua.
Para averiguar quiénes somos debemos expandir nuestra conciencia. Y ahí llega el arte. “El arte nos abre a otros mundos, a otras miradas, nos “muta” la conciencia. Por eso el arte es terapéutico: ¡la enfermedad no es otra cosa que falta de conciencia, y el arte puede curarla!