Hay quien define que el viaje es el arte del encuentro con lo inesperado. Y aquellos que consideramos iniciáticos se refieren a los asociados a experiencias que son capaces de ampliar nuestra perspectiva de la vida.
La lista de viajes a lo largo de la vida puede ser extensa, pero se pueden contar con los dedos de una mano los que tienen ese impacto transformador a los que nos referimos como iniciáticos. La mayoría solo sirven para cambiar el paisaje exterior, sin modificarnos en prácticamente nada. Un ejemplo es aquella forma de viajar en la que todo está organizado y planificado, hasta tal punto que no hay margen para las sorpresas. Solo servirá para confirmar, para ver con nuestros ojos, aquello que ya conocíamos de antemano.
Hay individuos que han visitado casi todos los países del mundo, también los que no viajan por decisión propia, sin olvidar los que tristemente nunca llegan a ver el mar porque creen que queda demasiado lejos. Sin embargo ninguna de estas opciones garantiza que la persona sea más consciente, ni tampoco que se conozca más.
Hay que dudar del poder transformador del viaje cuando es una competición que busca inscribir nuestro nombre en el Libro Guinness de los récords. Al igual que no se trata de todo lo que hemos leído sino de lo que hemos aprendido de las lecturas, con los viajes no importan los kilómetros sino las experiencias. Poco aprenderemos a 5000 km si allí hacemos lo mismo que habríamos hecho en nuestra casa.
Probablemente en cada viaje que merezca ser citado habrá algo que hemos ido a recuperar, aun sin saber de qué se trataba. Se diría que vamos en busca de experiencias que amplíen nuestro conocimiento para finalmente regresar a nosotros mismos. ¡Es ahí cuando nos podremos dar cuenta de si el viaje nos ha transformado!
PD: Citar por último el viaje más difícil de todos, el que puede hacerse sin salir de casa, porque la dirección es hacia nuestro interior.