Se sentó con un amigo para explicarle algo que le sucedió tres décadas atrás. En una librería antigua, encontró un libro que explicaba paso a paso la forma de construir una carta astral. Por aquel entonces era muy joven y apenas llevaba un año trabajando como profesor. Además estaba iniciando su tesis doctoral.
El aterrizaje de la astrología fue como la picadura de un insecto que le inoculó las ganas de explorar aquel conocimiento tan sorprendente y a la vez varias veces milenario. Si bien continuó trabajando como profesor, el tema de la astrología lo acompañó en paralelo hasta el momento presente (aunque siempre en la sombra).
Imaginó tras la “picadura astrológica” que en dos o tres semanas entendería completamente aquel lenguaje. Sin embargo más de treinta años después su sensación a medida que profundizaba era que cada vez su conocimiento se reducía en vez de incrementarse.
En ese momento el amigo le respondió: “En la medida que nos abrimos va llegando más información… hasta el instante en el que ya sabemos que no sabemos prácticamente nada. Precisamente ese es el mejor indicador de que se avanza por buen camino”