La llegada del primer maestro
El que inevitablemente nos marcó, de una u otra forma, para siempre.
Carta a mi primer maestro
Tal vez enseñaras con tu ejemplo más que con palabras. Tampoco tenías por qué darte cuenta de tu enorme capacidad para provocar cambios, pero inevitablemente en tu presencia estos sucedían.
Reconozco que en el transcurso de la vida aparecen todo tipo de enseñantes. Puedo constatar que he tenido muchos y muy buenos, pero ninguno ha llegado a tu altura. Y aunque el paso de los años haya difuminado el contenido de tus explicaciones, tu nombre sigue bien presente en mi memoria.
Esta pasada noche apareciste en un sueño, no sé muy bien si de despedida. Sigues enseñando incluso en sueños, lo que te define a la perfección. Me mostraste como mantienes esa capacidad de materializar “mágicamente” y personalizar el mensaje que quieres transmitir.
Me recordaste -por si lo había olvidado- que estar vivo es saber compartir sentimientos y emociones con aquellos que nos importan. Somos aquello que mostramos a los demás.
PD: Gracias por tu visita y no dudo que allá donde vayas siempre seguirás dando lo mejor de ti mismo.