La casa disponía de una habitación destinada a los procesos creativos. Lo primero que saltaba a la vista al entrar en aquel cuarto era una antigua mesa de madera atornillada a un pilar central. No parecía demasiado cómoda, ni estaba bien iluminada y evidentemente su anclaje a aquel pilar ponía en evidencia su poca estabilidad.
Sin embargo sobre aquel mueble viejo y bastante destartalado había generado la mayor parte de su obra creativa. Era como un objeto fetiche que de alguna manera lo conectaba -o eso pensaba- con las musas creativas .
En una de las paredes laterales sobre una vieja estantería se amontonaban cuadernos, libros y publicaciones que consultaba periódicamente para recordar los “gloriosos” viejos tiempos.
Más que crear últimamente se dedicaba a reciclar viejas obras. Tras dar una pátina y cambiar algunos párrafos los viejos escritos volvían a la luz como zombies que lamentablemente tenían poco recorrido.
Para devolver la creatividad perdida hubo que hacer una operación de limpieza a gran escala. Comenzando por desatornillar aquella vieja mesa que acabó en un contenedor. Iluminar aquella habitación que estaba en tinieblas fue el segundo objetivo. Los siguientes pasos se encaminaron a pintar paredes, ordenar y eliminar los muchos objetos inservibles.
Resultaba irónico que aquella fuera la habitación de la creatividad cuando se trataba de un espacio viejo en el que solo se podían hacer cosas predecibles a horas predecibles.
Lo creativo, cuando es auténtico, no sigue ninguna regla ni atiende a ningún protocolo. Puede llegar a ser cortante como el disparo de un láser y siempre resultará imprevisible.