Todos tenemos un origen, una base de apoyo, unos cimientos sobre los que después intentaremos crecer y desarrollarnos. Un lema anónimo medieval ya nos advierte que “para que las ramas de un árbol lleguen al cielo, sus raíces deben alcanzar el infierno”
Esa base, como es lógico, en algunos casos tendrá mayor solidez y en otros será más frágil. Visto desde otra óptica es como nuestro ADN, la herencia genética que hemos recibido al nacer de nuestros padres y que ellos a su vez heredaron de los suyos en una larga cadena que acaba perdiéndose en el origen de los tiempos.
Si despreciamos nuestro origen, con independencia del que nos haya tocado, elevarnos y avanzar en la vida puede convertirse en un juego de malabarismo en el que las piezas se nos caigan al suelo una y otra vez. Reconocer ese origen tampoco supone aceptar todas sus normas y reglas (sobre todo cuando nos damos cuenta de que algunas son tóxicas)
El ejercicio consiste en ser valientes y reconocer de dónde venimos. Este reconocimiento de nuestra familia de origen, nuestro árbol genealógico, también conviene hacerlo a otros niveles.
Un ejemplo sencillo, para entenderlo, lo tenemos en esta revista digital que lleva el nombre de su abuelo -también se llamaba Plano Creativo- lo que supone, como no puede ser de otra manera, cargar y asumir dicha herencia. En un escalón más cercano el referente es Plano Sin Fin. Todavía funcionando a modo de biblioteca.
https://planosinfin.com
Reconocer nuestras bases supone aceptar y agradecer la labor de todos los maestros y colaboradores que han pasado por Plano Creativo y Plano Sin Fin.
Sin embargo nadie puede quedarse eternamente repitiendo consignas de sus maestros. Ellos nos dieron algo muy valioso que no teníamos, pero con esas nuevas herramientas ahora hay que construir un nuevo edificio.
Para ello vamos a tener que utilizar nuestra propia “voz interior” (hay que descubrirla) y ese es el reto al que nos enfrentamos en el ejercicio de vivir.