El budismo tibetano explica el destino con una metáfora: la vida es como un tren que viaja por unas vías con una estación de salida y otra de llegada.
Desde esa perspectiva siempre nos faltará la visión de conjunto porque desconocemos la velocidad a la que vamos, los múltiples cruces de caminos por los que tendremos que pasar y el lugar al que supuestamente deberíamos llegar (Aunque existan “mapas” que pueden desvelarnos partes importantes de ese trayecto, en última instancia siempre dependerá de nuestra actitud la forma de vivir esta experiencia)
Es cierto que somos completamente libres para decidir. Podemos relacionarnos, o no, con nuestros compañeros de viaje. Bajarnos del tren en cualquier estación antes de lo previsto o instalarnos cómodamente en el vagón comedor. Aparentemente las posibilidades son casi infinitas, sin embargo uno de los problemas a los que nos enfrentaremos (en palabras de los sufís) es que sólo podemos elegir lo que nos han enseñado a elegir.
La siguiente historia es un buen ejemplo:
Su bisabuelo trabajó en la construcción de los primeros aviones. Sus dos abuelos pilotaron aviones durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre es piloto comercial, con miles de horas de vuelo. Tratando de escapar de su destino se hizo buzo profesional. Y desde entonces sólo encuentra aviones sumergidos.
Parece que más allá de nuestro trabajo o dedicación profesional, acabamos encontrando fuera, en el mundo, aquello que siempre tuvimos dentro. Además los caminos de los que hablamos están conectados: “Todo está en todo y en cualquiera de sus partes se reproduce la totalidad”
¿El sentido de este camino (o sentido de la vida) es inclasificable?
Como dice nuestro amigo Juan Trigo: “Tu eres tu propio destino, tu propio camino y tu propia libertad”
¡Aprovechemos la oportunidad que nos ofrece la vida para aprender!
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“Mapas”: (Aunque el mapa no es el territorio, la carta astral propia ofrece valiosa información sobre el camino vital)