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En aquel Reino la estructura educativa era industrial. Los horarios se establecían rígidamente, el alumnado estaba clasificado por edades y las explicaciones siempre se orientaban temáticamente. Aprender por sí mismo no era una opción válida.
Resultaba evidente la diversidad, sin embargo las explicaciones eran iguales para todos.
Los centros escolares “industriales”, en función de su zona, debían obtener unos resultados previamente estandarizados por las altas jerarquías. Dado que era imposible estar a la altura de las previsiones estos resultados se “maquillaban” convenientemente.
Se explicaban contenidos que hacía décadas que nadie sabía su utilidad.
Resultaba imposible descubrir las pasiones del alumnado, porque no había tiempo que perder. Aquello que podía hacer que los alumnos se sintieran bien nunca fue un objetivo prioritario en el Reino del que hablamos.
Lo realmente sorprendente era que a pesar de las dificultades y contradicciones del sistema, una pequeña parte del alumnado conseguía sobrevivir creativamente a su etapa educativa.
PD: ¿Imaginan lo que podría llegar a pasar con otro modelo no tan industrial?