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Aquella noche, Pat soñó con una escalera de piedras resbaladizas que bordeaban un acantilado de costa . A pesar del vértigo y de sus inseguras pezuñas, subió escalón a escalón hasta llegar a lo más alto. Allí le estaba esperando una gaviota posada sobre una señal en forma de flecha clavada en un palo.
El ternero sentía como sus pata le temblaban. Apenas podía caminar. Intentó leer el cartel, pero las letras bailaban y se transformaban como si tuvieran vida propia, como pasa en los sueños. El pájaro leyó en voz alta batiendo sus alas: “Una pregunta por noche”. Y despegó, volando en la dirección de la flecha.
Viviendo intensamente esa escena y con las piernas paralizadas se despertó.
Ese día Pat no pudo quitarse el sueño de la cabeza. Estaba deseando volver a dormirse y reencontrarse con la gaviota parlanchina. ¿Qué pregunta haría? ¿Hacia dónde volaba? ¿Le respondería algún sabio? ¿Vería al Mago de Oz por ejemplo?
Su maestra les habló un día de que los sueños se pueden incubar: “bien relajados en la cama, dormirse meditando qué os gustaría que apareciera en vuestros sueños”, dijo. No le había dado importancia en ese momento, pero esta noche esa sería su misión. Después de todo, como explicó la misma señorita Andi, los sueños están a nuestro servicio, funcionan como cartas que nos enviamos a nosotros mismos cada noche y siempre, como todo lo que hace nuestro cuerpo y nuestro espíritu, es para apoyar el camino de nuestra alma en este mundo.