Si observamos el mundo del deporte -ahora con el Mundial de fútbol- veremos que los grandes equipos suelen tener una “gran estrella” que es la encargada de marcar la diferencia de calidad dentro del grupo. Si lo traducimos a nuestros personajes interiores, la que destaque sobre el resto, esa será nuestra “mega-estrella”. Lo sorprendente es que debería ser de gran ayuda y lamentablemente no siempre es así.
Hay muchas estrellas del deporte poco integradas que solo persiguen su propio lucimiento. No trabajan en equipo porque desconocen que la fortaleza del mismo se basa en el correcto balance de sus integrantes y en evitar todo tipo de desequilibrios. Dentro de cualquier sistema todo exceso supone un déficit en otro lugar.
Por poner un ejemplo, si el encargado de las comunicaciones tiene un verborrea incontrolable es posible que le resulte difícil escuchar al resto.
Otro ejemplo podríamos tenerlo en una función teatral. Han contratado a un actor de renombre y sin embargo los resultados de la obra son mediocres porque no está involucrado. La estrella rutilante va por su cuenta y lejos de ayudar perjudica al grupo del que no se siente parte.
Ahora entremos de lleno en nuestra propia vida y centrémonos en nuestros personajes interiores. Preguntémonos si hay algún personaje tan “divo” que resulte insoportable y en qué escenario suele manifestarse.
En realidad son muchas las preguntas que podemos hacernos. Tomemos el ejemplo de Sócrates que utilizó la inscripción que lucía en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos como pilar de su pensamiento:
¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el Universo y a los Dioses”
Conocernos interiormente puede ayudarnos a integrar nuestros personajes. Descubriremos fuera, en el mundo, lo que siempre tuvimos dentro.