-Imagina una escena que simbolice tu situación actual.- Sugirió la psicoterapeuta.
-Me veo ahogándome en un inmenso océano. Todos mis seres queridos observan mi sufrimiento desde la orilla y no hacen nada para salvarme.- respondió la paciente con lágrimas en los ojos y voz entrecortada .- Es lo que pasa en mi vida, nadie se hace cargo, cada uno va a lo suyo… es como una agonía en soledad.
La invitó a permanecer ahí, tomando conciencia de las sensaciones, emociones y pensamientos, el tiempo suficiente para que se activara ese mecanismo de autocuración que llevamos dentro.
Al cabo de unos minutos, su semblante cambió y sus labios dibujaban una sonrisa.
Para anclar la experiencia, siguió su intervención proponiéndole compartir ese cambio.
-¿De qué habla esa sonrisa?-
-Me sobrevino una sensación de bienestar por los brazos y las piernas. El mar es peligroso, pero también es bello. «No estoy tan lejos de la orilla y sé nadar perfectamente», pensé. Ese bienestar de mis extremidades se convirtió en fuerza y comencé a dar brazadas y aletear mis pies, dirigiéndome hasta dónde rompían las olas. Pisé la arena con gran felicidad. Creo que lo que me mantenía paralizada no era el mar ni mi debilidad, sino la infantil creencia de que necesito ser salvada para poder seguir viviendo…