En el camino de la vida pueden suceder juntas en el tiempo tres o más circunstancias críticas que complican el que podamos elaborarlas con fluidez y seguir adelante:
Sucede una pérdida. Una muerte, un trabajo, una casa, una pareja, una etapa de vida. El dolor por la despedida es proporcional a la dimensión del vínculo con lo perdido.
Lo que perdemos se entiende que no era nuestro, no tan importante, o voluntariamente lo dejamos partir. Perdemos un amante secreto y no nos permitimos llorar. Queríamos tanto a nuestro perro, ¿quien nos entiende cuando no podemos ni salir en unos días? O situaciones paradójicas, por ejemplo, elegimos casarnos, pero nos despedimos de la etapa de solteros, decidimos tener un hijo, pero dejamos una fase en la que estábamos libres de ese compromiso.
Estamos rodeados de personas poco comprensivas, que no nos conocen de verdad, o nos conocen pero no nos aceptan tal como somos y sentimos.
El permiso para expresar el dolor nos lo debemos dar nosotros mismos para poder transitar el duelo e ir saliendo del estado de crisis que la pérdida nos provocó.