Le dijeron que ni el Infierno estaba bajo tierra, repleto de oscuridad, ni el Cielo era aquel lugar junto a las nubes. Entonces, si no eran lugares físicos concretos, ¿qué eran?
Con el objetivo de poder explicarlo a los demás y sobre todo a sí mismo consiguió la autorización para visitar ambos lugares.
En su visita al Infierno vio una gran reunión de personas sentadas alrededor de una mesa larga, puesta con toda clase de manjares deliciosos. Y sin embargo, todos aquellos desdichados morían de hambre. Como visitante no tardó en descubrir que la razón de tan lamentable estado es que les habían puesto cucharas y tenedores que eran más largos que sus brazos y, como resultado, no podían llevarse la comida a la boca.
A continuación visitó el Cielo. Se encontró con la misma mesa tendida, con los mismos cubiertos excesivamente largos. Pero en el Cielo, en vez de tratar de alimentarse, cada persona usaba su cuchara o su tenedor para dar de comer a otra, de manera que estaban todas bien alimentadas y felices.
Una vez comprendidas las diferencias concluyó que damos pasos en dirección hacia el Infierno en cada ocasión en que competimos tratando que todo sea para nosotros. En cambio cuando comenzamos a colaborar con los otros nos acercamos al Cielo.