Querido Alejandro,
Cuando nuestras vidas se cruzaron, por un tiempo, interpretaste el papel de padre sabio. Me mostraste caminos sanadores para que pudiera trabajar sobre algunas heridas que cargaba en mi mochila. Lamentablemente la realidad que nos envuelve, como afirma otro de mis maestros, es que “vivimos en un planeta de niños heridos”
Con esta carta quiero agradecer de corazón el trabajo que hiciste. Me parece que además hablo en nombre de muchos de esos niños/as, todos lo llevamos en el interior con independencia de la edad que tengamos, a los que ofreciste herramientas para que ellos mismos sanaran. Probablemente lo mágico fue que en vez de regalarnos pescado nos enseñaras a pescar. Gracias a ello aprendimos a contactar con nuestro ser esencial, trabajando la parte embarrada que escondía un precioso diamante. La búsqueda de esa partícula divina que todos llevamos en nuestro interior se convirtió en el objetivo a perseguir.
Descubrí que aunque no podía cambiar el Mundo (porque es algo completamente inabarcable) sí podía cambiar mi pequeño mundo. Actualmente hay más de 7000 millones de mundos conviviendo en el planeta. Me parece que en el momento en que cada cual sea capaz de entender el suyo convertiremos esta nave llamada Tierra en un paraíso. Tal vez necesitemos de varios milenios para alcanzar ese ideal pero no me cabe ninguna duda de que vamos en esa dirección a pesar de todo.
Otra cosa que quiero agradecerte (algo que también señalan los sufís) es que una vez planteado el trabajo, en el momento en que las indicaciones estaban claras, supiste apartarte para evitar que tus discípulos crearan una secta en torno a tu personaje o a las enseñanzas recibidas.
¡Gracias infinitas!