Una pareja de ratones, los señores López, se dedicaban a la producción de quesitos ecológicos ricos en proteínas.
La elaboración de tal manjar hipernutritivo requería conocimientos técnicos y sus pequeños cerebros de ratón estudiaron y desarrollaron con gran pasión durante toda su vida.
De los múltiples hijos que tuvieron los López, la mayoría siguieron sus pasos en la industria del queso, otros buscaron sus propios caminos profesionales muy lejos de allí, pero uno de ellos, ya adulto, quedó en una especie de limbo profesional.
Por un lado, soñaba con ser como sus padres, con sus batas blancas elaborando los mejores quesos de la comarca. Tener Vitrinas llenas de premios y el reconocimiento de todos los vecinos. Pero por otro, no quería estudiar en serio el oficio, le daba pereza, ni mucho menos levantarse temprano y mancharse las manos de queso.
Los padres tenían mucha paciencia y lo mantenían durante muchos años con la esperanza de que algún día lograra formar parte del equipo.
Visitaba de nuevo la granja el cuervo y ese día pensó: “este ratón no conoce lo que es vivir en cautividad, ni una de esas ruedas ancladas al suelo de la jaula por la que corren los hámsters, pero actúa exactamente de la misma manera que ellos.”
El visitante se quedó reflexionando toda la mañana sobre la rama del árbol más alto de la granja sobre lo dañino de sobreayudar a los hijos y lo que bloquean los sueños que nacen del autoengaño.
A media mañana levantó el vuelo frunciendo el ceño… “y si a ese ratón al menos le gustará el queso…”.